Un fragmento de mi reseña. El resto en: https://www.masteatro.com/critica-tiempo-silencio-luis-martin-santos/

» … Con esta versión impoluta y agresiva, y sin perder con ello ni un ápice de la voluntad del autor y de la inquietud y desasosiego que su novela siempre produce, asistimos en esta representación a un derrumbe, a una cantera de escombros en el inframundo de la ciudad de Madrid. Se nos ponen por delante siete voces a modo de escaparate las cuales se multiplicarán a la misma velocidad que la decadencia, la suciedad y el desplome hacia a los infiernos van a campear a sus anchas por el escenario. Las siete voces se apoderan de la palabra -más dardo que nunca- siendo capaces con su exacta habilidad interpretativa, de transmutarla en belleza, en horror, en lamento, en denuncia, en escarnio, en opereta, según proceda. Las siete voces sólo hacen uso de su garganta, de sus huesos y músculos; sólo se limitan a narrar lo silencioso que puede quedar el tiempo si nos enfrentamos a él o si lo obviamos. Siete voces que se articulan como si fueran la misma trama de la novela en siete corifeos y a la vez en el propio coro y a la vez en una comparsa y a la vez en un mismo batallón y a la vez en esa soledad, ese horror vacui,tanto para el actor como para el personaje, que define al monólogo interior; y a la vez, como digo, las siete voces se transmutan en la misma espiral sin sentido que a veces el diálogo entre deprimidos conlleva.

        Las siete voces viajan al unísono por el territorio donde suelen viajar tanto los héroes como los antihéroes, tanto los payasos como los sicarios, tanto los pobres de espíritu como los bienaventurados, tanto las alcahuetas como las damiselas, tanto los maltratadores como las que lo soportan, tanto los embusteros como los trapalones, tanto las geishas chulaponas y arrabaleras de Madrid como los poetas estériles de los cafés sonámbulos de Madrid con su más de un millón de “cadáveres”. Las siete voces defienden todo esto con aires remasterizados de esperpento y cambiando las calles de Dublín por unos madriles casi pantagruélicos, es decir, ni más ni menos lo que Martín-Santos quiso narrar».