Un día como el de ayer, en 1947, fallecía Manuel Machado. Muchos ríos de tinta se han vertido sobre el poeta en este país cainita eclipsando su obra y ejerciendo sobre él una sombra inmerecida. En un montaje que vi en Madrid que colocaba en escena los hermanos Machado… Prefiero no opinar. Allá cada cual con su punto de vista. Bien parado no salió. En nuestra obra de teatro «En la tierra desnuda: muerte y resurrección de Antonio Machado» que acaba de salir, tanto la coautora Pilar Manzanares Olavezar como yo decidimos -mucho antes de que la otra obra saltara a la escena, de hecho no la conocíamos- centrarnos en un encuentro nostálgico entre ambos hermanos, recordando su Sevilla natal, su familia, sus comienzos y mucho de su gran éxito «La Lola se va a los puertos». No somos mejores que nadie por haberlo tratado de esta manera. Los lectores/espectadores también tendrán su derecho a réplica. Lo que sí pretendemos es unir y no enfrentar, que hay más de los primero en esta relación fraternal que otra cosa, y, sobre todo, no documentarse con bulos y artículos extraños. Os dejamos un fragmento de la escena:
MANUEL.—(Ilusionado). ¿Te acuerdas de aquel patio?
EL POETA.—(Sonriendo). Macetas de albahaca, hierbabuena…
MANUEL.—(Igual). … cipreses… palmeras…
EL POETA.—… mirto, claveles y nardos… Y la fuente…
MANUEL.—La fuente o nuestra infancia, Antonio. No se me ha olvidado. (Con timidez.) Y la vida…
EL POETA.—Y la guerra…
MANUEL.—(Casi sin voz). Y la guerra…
EL POETA.—Siempre éramos tú y yo…
MANUEL.—Inseparables.
EL POETA.—Todo empezó en aquel patio, cuando la abuela nos leía el libro de los romances.
MANUEL.—Qué mujer. Ella sacó la familia adelante. Qué risa con sus ocurrencias.
EL POETA.—Tú y yo nos reíamos de las mismas cosas.
MANUEL.—Y cambié. Lo sé. Pero fue la única salida. Ojalá pudiéramos volver a ser libres en aquel palacio.
EL POETA.—¿Quién es libre del recuerdo, hermano?
MANUEL.—Allí jugábamos sin parar…
EL POETA.—Cuando los días eran azules…
MANUEL.—¡Sí!
EL POETA.—Pero nunca más volvieron a serlo. Olvidaste que en nuestra familia la verdad ha sido nuestra bandera.
MANUEL.—Lo siento, hermano. Dejé de escuchar a la fuente y cuando quise volver, me metieron en un calabozo. ¡No me quedó otra salida, Antonio! ¡Te suplico que me creas!
(MANUEL rompe a llorar. EL POETA se le acerca y le aprieta el brazo).