Un extracto de mi visión. El resto en: http://www.masteatro.com/critica-de-ensayo/
» … los cuatro parlamentos girarán en un blanco tiovivo dantesco, en una suerte de pecera aséptica, taller de reparaciones, cubículo de dentista donde a los seres que lo habitan les falta oxígeno, donde están obligados a hablar, y digo «obligados», puesto que hablar acaso podría aliviar, las acciones que derivan de sus palabras, acaso podrían sanar, liberar, y es justo el efecto contrario: los entierran en la espiral de cada argumentación, el personaje traga más barro, se hunde irremediablemente, bracea por llegar, y, cuanto más se mueve, cuánto más indaga, más descubre, y, al ver más, más se desespera, y las palabras en su metástasis campean por escena mientras el resto del cuarteto oye (¿escucha?) esa especie de último testamento que su camarada desparrama sin control, sin freno porque no puede, porque no sabe, porque no quiere. Los textos son interpretados como si no hubiera un mañana, un maratón de deslumbrantes entonaciones, giros, ritmos y poesía que invitan al suicidio de la palabra por culpa del silencio de quienes te escuchan; invitan a regresar al punto cero para volver a crear a la humanidad desde el principio y descansar al séptimo día. Los monólogos pueden parecer plegarias, mítines, alegatos, compendios filosóficos que evocan a Sausure y a su signo lingüístico deconstruido, pues nos perdemos gustosa e inexorablemente en este variante actual del significante y del significado donde, según Rambert, el pensamiento se traslada a las manos o al pecho o a la carne de la lengua en ambos sentidos; monólogos que buscan a Godot predicando en el desierto; monólogos atestados de súplicas, supurando sexo y libertad, esperanza y hecatombe, origen y destino, animales y hombres. ¿Hacia dónde nos conduce Rambert?¿Debemos recapacitar o huir? ¿Hacemos caso omiso cuando sus seres nos están implorando que actuemos desde su parálisis? ¿Cogemos el testigo y echamos a correr hacia un mundo mejor, un utópico mundo feliz, un anti-1984? ¿Un mundo donde las palabras confeccionen imágenes que no espanten, que no abran zanjas, que no despierten instintos cuyo control nos impida así gozar la piel del otro sin lamentarlo, sin tener que confesar o morir arrodillados? ¿Gritamos cada día al despertar para que los jóvenes nos saquen de un limbo que nosotros por imbéciles no hemos sabido decorar? ¿Es eso lo que pretende Rambert al llevarnos hasta Odessa, por citar? ¿Que nos comportemos como Mina y Lupo, que rechacemos golosinas/palabras yermas, envenenadas? ¿Que confiemos en que la luna y los grillos -que brillan y suenan sin palabras- nos dejen dormir algún día como ella canta y reclama: menos palabras de su hombre, más acción? ¿Estamos como Lupo en la senda errónea de no querer hablar y sin embargo es la palabra la que nos encierra y nos guía? ¿O imitamos a Marie Curie guardando parte de los sesos de nuestro amor difunto para venerarlos? …»
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