Un extracto de mi reseña. El resto en:

http://www.masteatro.com/critica-consentimiento-nina-raine/

… » varias minas antipersona se ocultan sabiamente bajo la alfombra inmaculada de la escena y los personajes -a los que prefiero llamarlos individuos dada su naturaleza sumamente creíble- no dudan en ir en su busca, saltar sobre ellas y dinamitarse los unos a los otros en una suerte de expiación improductiva, de catarsis estéril, de confesiones contaminadas y contaminantes; es como si los habitantes del infierno de Sartre hubieran sido poseídos por un demonio invencible en fiestas aparentemente cotidianas. ¿Qué más puede suceder sobre la escena cuando cuestionar la violación consentida a una mujer indefensa puede resultar incluso una candidez -nunca justificable, claro está- si lo comparamos con los remolinos de insultos que se dedican estas parejas al borde de sus precipicios? Raine no deja títere con cabeza y nos la entrega, como la del Bautista, en bandeja tras su danza macabra. Hábil es esta señora en colocarnos -y descolocarnos- como los grandes clásicos sobre diferentes ángulos donde podemos sentir desde la piedad por la caída del ser humano hasta la sombra de la duda de si lo que estamos contemplando es un criminal fingido, un perturbado por horas, una mala madre tipo Medea, un marido endeble, un fanfarrón por conveniencia, una esposa manipuladora o una madre coraje… etc. Todos estos adjetivos son intercambiables y con ellos podemos etiquetar libremente a cada uno de ellos puesto que sus peripecias se retuercen sin descanso hasta que a la dramaturga no le queda más remedio que arrinconarlos una vez han sido exprimidos y los ha dejado extenuados: Raine y, por ende, la directora Magüi Mira, sacan de sus individuos y de su reparto respectivamente la última gota de su sangre y de sudor, su última lágrima, gemido, grito y súplica que un personaje/intérprete es capaz de entregar/nos. Un maratón supersónico de verborreas inútiles, perforadoras para quienes las escuchan tanto fuera como dentro del escenario… «.