Un extracto de mi reseña. Al completo en el link.

» … El olvido habita en algún lugar, según el poeta. Para los romanos olvidar era morir (damnatio memoriae). Lo más grave es morir pausadamente. No hay mayor tortura que te estén olvidando mientras estás desapareciendo. Eso es como maldecir a tu propia memoria, es colocarte en un lugar donde habita el olvido, o la Nada, que lo mismo es. Nada más bello que un cerezo en flor y no hay flor más bella que la que tú mismo plantas y cuidas; y no hay mayor condena que te la corten de raiz y se la lleven al lugar más remoto que puedas imaginar. Sin raíz, no creces, porque sólo con las raíces bien hincadas en la tierra húmeda y rica puedes llegar a crecer y a tocar el sol o la luna, y sobre todo deslumbrar; de lo contrario, nunca eres nadie, y buceas en la Nada, o deambulas descalzo, sin rumbo o sin memoria, que lo mismo es, y sobre todo, sin amor -cuánto pesar, ¿verdad?-, a través de una tundra imaginaria. Las tundras imaginarias son las más terribles porque no tienen fin, ni siquiera encuentras acantilados por los que te puedas tirar y rematar tu cuento vital. En las tundras imaginarias es donde tu memoria te sale al paso y te traiciona haciéndote creer que estás aún en un París impresionista de color pastel, cenando lo que se antoje sin poder pagarlo, bebiendo lo mejor con tus últimas monedas y soñando con un amante que te ignora y que al mismo tiempo tú has de ignorar porque ya no está, ya te ha olvidado, y por ende, matado, y te ves a ti mismo solo/a, en una tundra, como los cerezos de Chéjov, pudriéndose pausadamente, que es el morir… «.

Crítica de “El jardín de los cerezos” de Anton Chéjov