De donde vengo, donde nací, en Sevilla, esa ciudad-estado, barroca por accidente y por afición, no puedo ser más que de esta manera. Esto conlleva mostrar, sin previo aviso, los claroscuros de mi carácter; dependiendo de la época pueden ser adornos o exequias, y música, siempre los acordes a mi lado, contra el silencio, que es lo que quedará y lo que a veces se impone.

   Podría aumentar la lista: la risa y el llanto, una seda multicolor o el luto incómodo, el oro y el carbón, éste como castigo; el verso y la pausa. El silencio, como ven, de nuevo impone su ley. Parece que estoy hablando de Teatro, ¿verdad? Mis textos, hasta hace un año, estaban condimentados con todo esto: nacían del sentimiento, o más bien de la experiencia, marchita, cómo es su naturaleza, cuando en escena se ponían en pie de guerra.

   Esta vez no os presento nada de todo esto. Estas obras, La maldición de Mírtilo y Sabina respectivamente, nacieron de un par de ideas, ajenas, amigas, y por ello, por primera vez, estas dicotomías no me pertenecen, afortunadamente.

  Una vez alguien me dijo algo sumamente cursi en contra de este pensamiento mío: «No te empeñes. Los personajes siempre dejan algo del perfume de quien los crea». Yo os puedo asegurar que no hay rastro de mí, pues de mí, repito, no han venido. Ellos ya existieron. Ahora me considero una suerte de medium que, al escucharlos atentamente, transmito lo que ellos -yo no- podían sentir al amar, al matar, al vivir. Los anteriores eran mis altavoces. Mis actores también eran mis altavoces. Ahora soy yo quien amplifica voces pasadas para traéroslas hasta el presente, lo que se traduce en alivio y serenidad. Por lo tanto no me siento en absoluto responsable de los actos que los personajes van cometiendo.

   Me sale el gerundio sin querer… Me identifico con Montaigne cuando decía que él no pintaba el ser, sino el transcurso. Será porque el Teatro está siempre en movimiento; el único género por excelencia que posee la potestad de accionar contínuamente a sus seres para tener razón de ser, dotándolos de millones de rostros con o sin voz. ¿Cuántos Edipos se están arrancando los ojos en este momento mientras yo hablo y ustedes me escuchan? Seguramente, en algún punto del planeta, alguien recrea Grecia con la misma esencia que lo hace Sevilla en su despertar diario. Sevilla es trágica, aunque no os lo creáis. Su peso y poso histórico agridulce es arrastrado por esta ciudad-estado como las mareas asesinas de su río, su fecundador. Por esto organiza fiestas cada dos por tres con tambores y palmas para liberarse, una catarsis ateniense pura y dura, y esto la tranquiliza para poder seguir ella existiendo y engañandoos a todos con su aparente jolgorio. También cuando se le antoja la vieja Hispalis maquillada es una Roma minúscula: Itálica, patria de Trajano y Adriano, prueba y germen de ello. Este último aparecerá en mi obra Sabina, destronado y castigado,¿hay mayor tormento que se nos prive de amor, de cualquier clase?

    Tuve, lo confieso, algo de temor, o pudor, o demasiada prudencia a la hora de «sacarlos», tanto a Edipo como a él, de su limbo. Me sentía usurpador, ladrón de tumbas. ¿Quién era yo para manosearlos, rebautizarlos casi? Una rareza de los dramaturgos esta afición necrófila: tratar a estos seres ancestrales como si fueran nuestros. Cuánta Antígona multiplicada; cuánta Fedra sin ser Fedra. Podríamos ser más cautos a la hora de resucitar a tanto muerto, empezando por mí. Pero quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Nos gustan los altares en mi tierra, y celebrar la muerte al son de cornetas. Tal vez con Adriano fui más valiente, será porque nacimos muy cerca el uno del otro. Me he atrevido a hacerlo llorar por su pérdida, por Antinoo, a quien creemos mi compañera Carlota -mi impulsora para escribir todo eso, mi hemeroteca telefónica, y yo fue asesinado por la emperatriz Sabina para fustigar al pobre emperador.

    Lo mejor de todo es que con estas dos nuevas piezas no me siento expuesto, sólo expongo. No confieso, sino que cedo a estos seres la oportunidad de un último acto de contricción. Son soberbios y por ende, castigados, lo dice la justicia divina, venga de donde venga. Sin embargo, pienso que así es cómo hemos de obrar con nuestros antepasados. Así que no les culpemos, sino todo lo contrario: perdonémoslos. Lo hicieron lo mejor que pudieron. Gracias a ellos, nos guste más o menos, nosotros estamos aquí hoy, con nuestras luces y sombras, en un gerundio hermoso que nos resistimos a que nos sea arrebatado. Mientras, el Teatro, ese antibiótico tan eficaz que la Vida nos receta, nos permite transformar la utopía a nuestro antojo, con Grecia y Roma, eso sí, acechándonos en nuestra huida hacia adelante.

La presentación será el 3 de octubre a las 18h en la Imprenta Artesanal-Artes Libros de Madrid. En la lectura dramatizada estarán Nathalie Seseña (Sabina), Clemente García (Corifeo) y Guillermo García (Layo).